Algunas ideas en torno a trozos de la saga : La vida libertaria de Felipe Aragón:
POSIBLE PRÓLOGO AL SEGUNDO TOMO:
Felipe se frotaba la cara en un afán de ordenar las ideas, intentaba imponerse un orden adecuado para acomodarlas en palabras que integrasen frases no solo legibles sino comprensibles. Finalmente optó por una redacción y comenzó a escribir con aquella pluma negra. Tras unos minutos que bordeaban en lo frenético se detuvo y leyó lo escrito:
POSIBLE PRÓLOGO AL SEGUNDO TOMO:
Felipe se frotaba la cara en un afán de ordenar las ideas, intentaba imponerse un orden adecuado para acomodarlas en palabras que integrasen frases no solo legibles sino comprensibles. Finalmente optó por una redacción y comenzó a escribir con aquella pluma negra. Tras unos minutos que bordeaban en lo frenético se detuvo y leyó lo escrito:
"El tiempo y su dimensión terminan siempre por
imponerse en la sempiterna realidad. Hoy, ayer... la realidad es un cambio
constante, con sus altas y bajas, y nosotros cambiamos con ella queramos o no.
El reacomodo de la memoria nos convierte en seres distintos, ahora somos, y
fuimos, otro del que hemos sido en realidad. La percepción nos ha hecho
cómplices de un redibujo de nuestra propia imagen, hemos arrancado páginas de
las memorias sea porque las entendemos inútiles o bien por un afán de
representarnos a nosotros mismos como deseamos hacerlo, justificándonos. El
tiempo, mi tiempo, ha sido largo y no puede estar exento de la trampa de la
edición de la historia propia para limar errores. En estas letras he intentado
ser honesto al menos con ellas, ignoro si haya tenido éxito en tal intento.
Ahora tengo la seguridad de que existen no pocas personas en
una condición semejante a la mía, sin duda de ellos y de los que nos
precedieron proviene todo ese auge que pule, esconde y acaricia mediante la
imaginación, la fantasía y los mitos históricos, la imagen de aquello que nos
convirtió en un hito y nos dio forma e intensidad, particularmente cuando
aprendemos, unos más otros menos, a dominarlo antes de que ello nos domine a
nosotros. Somos la imagen del autor en el espejo, aquello en que nos ha
convertido nuestro propio Frankenstein.
Ya no tengo la fuerza en los ojos como años atrás. Mi vista
se ha nublado y aunque aún puedo ver en la obscuridad, los objetos se me
esconden tras una forma borrosa sin un contorno definido. La deformidad, la
mancha, se ha tragado a la línea. La luz, que años atrás causaba estragos por
su intensidad en el interior de mis ojos ahora, frente a mi confusa visión de
la obscuridad, se ha convertido en una nueva ayuda para dar forma a los
claroscuros que definen al objeto.
Llevo tres meses en esta silla de ruedas dada la debilidad
de mis huesos. Si bien mi piel es aún tersa y los músculos responden a los
estímulos, no acierto aún a acostumbrarme a esa sensación de experimentar que
el tiempo transcurre en toda mi anatomía, es terrible este sentir de merma en
mis facultades físicas.
Sé bien que no tardarán en encontrarme, saber quién soy en
realidad. Tal vez mi vida fue solo un paseo entre múltiples eventos. Sin embargo,
aun tras haber visto o realizado tantas cosas estoy seguro de que ningún libro,
salvo tal vez este escrito, recogerá mi verdadero nombre."
Se detuvo unos
momentos, cambió la palabra “ellas” por “las imágenes y palabras” sin quedar
satisfecho por lo que rayó lo recién escrito y trazó una línea hacia afuera
de su formato de escritura para marcar de nuevo “ellas”.
Dejó la pluma sobre el
viejo escritorio y regresó a una idea que le daba vueltas continuamente:
"En
ocasiones me pregunto si Rolando, quien me sometió a todos esos análisis y
experimentos, hubiese tenido acceso al mapa genético del ser humano que en años
recientes fue finalmente completado habría, tal vez por esa tozudez inmanente,
podido dar a la humanidad un gran paso con el conocimiento que logró acumular
en su obsesiva búsqueda por explicarse mi propia condición."
Se encontraba
en espera de que apareciese por la puerta de la habitación el doctor Enseñat,
discípulo y conocedor de varios de los secretos y descubrimientos de su finado
gran amigo Rolando Carmona.
"Vendrá a
regañarme como es su costumbre -pensó- Hoy le dejaré hablar y marcar su paso
sin hacerle caer en contradicciones, de todas maneras sé bien lo que dirá aun
cuando pretenda sorprenderme para hacerme agradable el día. Finalmente, con los
años, me ha demostrado su aprecio. Además no tengo gana alguna de discutir con
él y es agradable que alguien me visite aún. "
***
PARTE DEL PRIMER CAPÍTULO DEL PRIMER TOMO:
Felipe Aragón
Hinojosa, cuyo primer apellido es aún una incógnita, nació en una de tantas
vecindades cerca del centro de la capital de la república. Su madre, Anastasia,
mencionó alguna vez que ni siquiera lloró o dio grito alguno y apenas se
escuchó su aspiración al llenar de aire los pulmones después de la primera
nalgada que le propinó la partera que la atendió. Su padre no estuvo presente,
y Felipe no supo hasta algunos años después que su padre se había tenido que ir
al norte, a Cananea. De hecho hasta hoy jamás había podido ver a su padre, ni
siquiera en fotografía y aunque sabía ya mucho sobre él y la vida que había
llevado gracias a varias personas que le conocieron, ignoraba si había
fallecido o aún seguía vivo. Cierto es que en varias ocasiones a lo largo de
todos esos años hubo quienes le aseguraron haberle visto días atrás de sus propios
relatos.
Felipe llegó a
este mundo en 1906, un primero de mayo, seis años antes de darse la primera
gran marcha de los trabajadores en la Ciudad de México. ¿Por qué se asociaban casi
siempre ambos eventos cada vez que pensaba en ello? Probablemente por el
recuerdo y la influencia que tenían en él, particularmente durante su niñez,
las palabras de su tío Alberto el hermano de su madre. Fueron muchas las
ocasiones en las que su tío mencionaba que su nacimiento debía tener algo
mágico ya que había coincidido con "el día en que se unieron su llegada al
mundo cuando en Cananea se llevó a cabo la gran huelga de los mineros y, seis
años después, coincidiendo con su natalicio se organizó la gran marcha de miles
de voluntades que salieron a las calles para exigir libertad". Alberto
había sido uno de los promotores, tanto de la Casa del Obrero Mundial como de
esa multitudinaria marcha, y su significado lo alimentó de emoción y audacia
por el resto de su vida. Tal vez por el impacto que solían tener sus palabras
en Felipe es que desde niño asociaba siempre ambos eventos.
Desde que
Felipe nació su madre, Anastasia, y su tío Alberto habitaban en una larga
vecindad en la que Felipe pasó sus primeros años.
Décadas
después, cuando finalmente tomó la decisión de organizar y plasmar en letras
una autobiografía escribió al respecto:
"Son muy vagos ya los recuerdos al lado de muchos
pequeños que hacíamos de aquel pasillo, que separaba las dos hileras de
pequeñas viviendas, nuestro gran estadio para jugar con las canicas, pista de
carreras, de aros y triciclos así como de cuanto juego pudiésemos idear.
Las primeras imágenes que recuerdo son, tal vez, a los tres
años de edad, la vecindad, ese largo patio en el que jugaban los niños y todo
parecía suceder allí, entre gritos y fiestas. Atesoro aún imágenes de aquellas
caras de los amigos, si bien no logro asignarles los nombres que correspondían
a muchos de ellos. Si acaso, me regresan fugazmente algunos apodos como
"el Tachas" o "Tijera" y mi propio apodo,
"Tilín", desde que algunos de esos chicos escucharon a mi tío
llamarme así.
Mi madre yo y ocasionalmente mi tío Alberto ocupábamos un
departamento en la planta baja, al fondo, alejados de las anchas puertas de
metal que daban a la calle. El espacio, si bien era reducido, tenía el encanto
de ser mi propia cueva, estaba lleno de mi intimidad y pequeños secretos; una
sala comedor en la que sobresalía un sillón largo que hacía las veces de cama
en la que solía dormir mi tío, una pequeña cocina y dos recámaras divididas por
un pasillo que tenía al fondo el único baño. Las únicas ventanas se situaban en
la cocina y la sala comedor hacia el patio y había atrás, en ambas recámaras y
el baño, respiraderos hacia un estrecho y oscuro pasillo de la casa contigua,
ajena a la vecindad, en la que sucedían cosas extrañas según los relatos que recuerdo
haber escuchado de varios vecinos, relatos que los críos alimentábamos entre
nosotros haciéndolos crecer en drama, aventura y horror. Los ruidos de aquél
pasillo aunados a tales historias de terror y miedo que escuchaba de los
adultos sobre las persecuciones y las tumultuosas, constantes y agitadas
revisiones policiales y militares, algunas de las cuales llegaron a suceder en
la propia vecindad con el arribo de uniformados buscando a varios obreros que
vivían en ella, así las idas y venidas a caballo de los rancheros y soldados
armados me mantuvieron en vilo durante los pocos años que vivimos en ese lugar.
Los recuerdos son ya muy tenues y las imágenes o incluso los
intensos aromas de la vecindad en horas de comida han sufrido seguramente una
recomposición incalculable. Si bien regresé en varias ocasiones, años después,
a visitar aquella vecindad hasta que finalmente fue derruida para construir
sobre el terreno una tienda de muebles.
Recuerdo también ir recorriendo un parque sentado en una
carriola que seguramente alguien habría prestado a mi madre, pero es engañosa
esa imagen, no tiene tiempo ni referencia."
***
Uno de los
recuerdos más vívidos que Felipe aún conservaba, tal vez por el sufrimiento que
le había provocado a sus escasos cuatro años, fue el primer gran impacto de la
luz sobre sus ojos. En los primeros borradores de su autobiografía escribió:
"Paseaba con el tío Alberto por la inmensa calle del Paseo
de la Reforma. Era la primera vez que recorría esa casi mítica gran avenida. A
mi edad era mayúscula la belleza de los objetos que me rodeaban, las estatuas y
las fachadas de las grandes casonas que poblaban las aceras a ambos lados de la
amplia avenida constituían una grandiosa aventura. El paso del tío Alberto era
rápido y tenía que trotar o casi correr para seguirle de cerca. En esa ocasión
mi tío se acercó a una de las aceras bajo las grandes casonas y se introdujo en
una calle distinta. Le seguí acelerando mis pasos y fue entonces cuando, al dar
vuelta en la esquina de aquella calle, la luz del sol de frente me cegó. Sentía
la fuerza con la que los rayos del sol penetraban en mis ojos y taladraban la
cabeza con una intensidad espantosa. Nunca antes había sentido tal latigazo por
causa de la luz solar. Me tapé como pude con los brazos, grité, y finalmente me
apreté las palmas de las manos sobre los ojos. Mi tío se dio cuenta de mi grito
y mis dramáticos movimientos y aunque se había adelantado ya unos pasos regresó
y se deshizo de su chamarra de cuero negro para ponérmela sobre la cabeza, me
tomó en brazos y regresamos despacio hacia el lugar en donde debíamos subirnos
al tranvía.
Mientras esperábamos la llegada de los tranvías de mulas,
sentados en una banca del parque a escasos metros de la parada del tranvía, yo
continuaba procurando taparme con las palmas de las manos los ojos dejando solo
las distancias mínimas entre los dedos para ver, aunque en forma un tanto
borrosa, lo que estaba más inmediato a mí. Estaba aterrorizado por el recuerdo
de la sensación de esa luz cegadora penetrando y quemando el interior de mis
ojos. Recuerdo haber girado la cara hacia mi tío y comentarle:
- Tito, no había sentido la luz así como
hoy, me quemaba por dentro los ojos. Estoy muy asustado Tito, me ardían por
dentro.
Mi tío me miraba con esa ternura de quien charla con un
pequeño y piensa en cómo aleccionarlo para la vida, guardaba un silencio
comprensivo. Su mirada era risueña pese a que lo que me sucedía era para
espantarse en verdad, era como si él supiese que algo así me sucedería. Al cabo
de unos momentos que para mí resultaban terribles me contestó:
- Tilín, no te preocupes, llamaremos al doctor para que te
vea.
Ya dentro del tranvía, ambos sentados en las bancas al
fondo, me atreví a quitar las manos de la cara. Poco a poco las imágenes iban
tomando su forma y color más definidos y el dolor se atenuaba.
-
Ya veo un poquito mejor –le dije,
tomando aire como dejando escapar el susto por la boca.
-
Sabes –hizo
una pausa mirando al sucio suelo del tranvía-
a tu papá le pasaba eso mismo, pero se acostumbró a ello, lo dominó y se
ayudaba con unos lentes obscuros –denotaba
seguridad en su voz mi tío y prosiguió-
Así que no te preocupes tanto, eso demuestra que te pareces mucho a él. Y te
prometo que te voy a conseguir unos lentes de esos, oscuros.
Aquellas palabras del tío tuvieron un eco enorme en mis
ánimos. Aquel recuerdo me enseñaría la posibilidad de pasar, en tan solo
momentos, del terror hacia una suave alegría por escuchar algo nuevo que
deseaba saber, en este caso acerca de mi padre. Además significaba una prueba
de que yo, Felipe, me parecía en algo a mi padre. Recordaría esa sensación que
ahora sé era el orgullo, orgullo de parecerse a él. ¡Era su hijo!
A partir de ese evento mis ojos sufrieron una lenta y
curiosa transformación, aunque no cambiaron su color o hubo algo que los
hiciese ver diferentes, pero comenzó un lento aprendizaje para poder soportar
la luz directa del sol así como en la forma de percibir los objetos."
En efecto a
partir de ese momento Felipe tuvo que usar unos lentes obscurecidos mismos que
consiguió el tío Alberto apenas un par de días después de aquel evento, y se
los entregó con el comentario de que eran casi idénticos a los de su padre.
(Continuará)
(Continuará)
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