13 feb 2010

Trozo de un cuento inacabado

…Aquel canino clavó sus ojos en los míos, su honda mirada oscura atravesaba incluso la mía propia sesgándola como la punta de un afilado cuchillo. Ignoro si yo mismo dejé que su mirada entrase como un latigazo en mí a través de mis ojos, pero la fuerza de su oscuridad y la fijeza de esa mirada calaron en todo mi ser. Podía sentir como esa mirada se detenía en los recovecos y bordes en acantilado de mis pensamientos y daba vueltas y giros al expandirse y bifurcar su camino en todo aquello que encontrase a su paso. De pronto entendí esa familiaridad que tan de moda se expresaba en los múltiples libros y videos que asociaban a extraños seres caninos o lobos con seres como yo, con seres como aquél en que me estaba convirtiendo.
Parecía que entre ese intercambio de las miradas se establecía un verdadero diálogo entre las mismas, yo mismo podía sentir en esa oscuridad como mi mirada ejecutaba vaivenes en la oscuridad del cerebro de aquel animal… Ignoro cuánto tiempo estuvimos en ello. Solo recuerdo que cuando mis ojos se reabrieron, y volví a tomar conciencia al despertar, aquél perro había desaparecido. Yo seguía sentado en el sillón de tela en el portal de pisos de madera al frente de la desvencijada casona. (Trozo de un cuento inacabado)

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