2 nov 2014

La decisión más difícil

Pedro se desesperaba cada día más. Era un hombre ya mayor, nunca se había casado y no tenía hijos. En su vida su mayor deleite habían sido los cientos de libros que había leido, vivido intensamente, absorbido y meditado. Probablemente ello había influido en su forma de expresarse ya que cuando había cualquier reunión en el pueblo o en la cooperativa siempre que él solicitaba la palabra prácticamente todos prestaban oido a lo que él tenía que decir. En los últimos quince o veinte años las cosas se habían puesto mal. Le habían arrebatado a los agricultores del pueblo la concesión de los pozos que tanto ellos como algunos ingenieros de la SARH habían cavado. El agua escaseaba en todos sentidos y las cosechas mermaban su calidad y cantidad. Ahora además los precios de la gasolina y la luz habían subido casi al triple. Incluso muchos jóvenes del pueblo habían preferido la aventura de irse y cruzar la frontera; muchos murieron en el intento y muchos otros ahora eran regresados, llenos de moretones y humillaciones. Pedro tenía muy claros, según él, los motivos y las acciones que habían llevado a tales situaciones y ondeaban en su mente aquellos libros de las grandes gestas revolucionarias del siglo XX. De manera que cuando pedía la palabra en las asambleas del pueblo la gente intentaba escucharlo y aunque mucho no le entendían en algunos de sus monólogos igual se emocionaban con los tonos que la rabia y coraje que acompañaban sus palabras infundían en ellos. En esa última asamblea fueron precisamente sus mejores amigos, Damián y Santiago quienes se acercaron a él para tomar el micrófono y gritar en voz alta: "Ya basta de agacharnos y acomodarnos a nuevos problemas que el pinchi gobierno nos pone enfrente, junten todas las armas que puedan y vamos a reunirnos detrás de la milpa de don Juvencio en unas tres o cuatro horas. Mejor peliar que agacharse. Vamos a recebir a esos güeritos ingenieros como se merecen, a tiros". Santiago se volteó a ver a Pedro a los ojos. Pedro estaba espantado de la reacción de sus dos grandes amigos, no sabía cómo reaccionar. Nadie se fijó que un joven salía presuroso del granero donde se estaba celebrando la asamblea. Pedro pensó bien sus palabras y frente a la mirada de Damián y Santiago les dijo en un tono lo más tranquilo posible, mientras los demás asistentes a la asamblea dejaban el lugar:"solo recuerden que a la hora de los tiros, ahora más que nunca con la forma en que se prepara a los militares y, con las armas viejas que algunos compañeros tienen, del otro lado va a llover mucho más plomo -hizo una breve pausa y soltó a mansalva la pregunta- ¿Sacrificarán a todos para sentirse heroes? Zapata y Villa sabían que la gente tiene que armarse y entrenarse, pero lo más importante es, además, que alguien sepa de cómo se hace la guerra... o la guerrilla.
-Tons qué Pedro ¿te nos vas a unir o no? Cada vez son más las autodefensas que se organizan. Además eres tu quien nos ha enseñado que puede haber otra vida para los ciudadanos en un mejor país. Santiago se va encargar de conseguirte una buena pistola con muchas balas... !Tienes que venir con nosotros !
Había llegado ese momento que Pedro temía desde años atrás. A su edad dificilmente serviría como guerrillero y sus piernas ya tenían serios problemas.
- Lo voy a pensar seriamente... respondió, y se dirigió a las puertas del granero. Cuando llegó frente al árbol más cercano, a unos treinta metros de la puerta del granero su cuerpo se dobló ante el miedo, quedó de rodillas y vomitó al pie del árbol.
Por: Julio Iñaki Zuinaga Bilbao

(6) La decisión más difícil

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